El otro día estuve en la estación de cercanías de Robledo de Chavela, en las afueras de Madrid. Conozco el lugar desde hace bastantes años, pero me sorprendió el estado de abandono en que se encuentra todo.
Recuerdo de pequeño haber visto a un jefe de estación y un segundo empleado que vendía billetes y hacía otras labores mecánicas. Los dos uniformados, armados con linterna y bandera representaban la autoridad en aquel curioso entorno.
En la estación había una sala de espera para los viajeros, teléfono, lavabos y muchos horarios. Al fondo de las vías se podá observar la casa de los ferroviarios donde vivían varias familias y cuidaban un jardín.
Hoy las instalaciones cubiertas como la sala o los lavabos están cerradas a cal y canto. En lugar de personal físico hay un indicador de tres o cuatro líneas y un altavoz donde una voz enlatada recita los trenes con poca confianza.
El horario de papel que sobrevive es una bonita colección de asteriscos y letras pequeñas que poco concuerda con el horario real ( o tal vez es que no se leerlo)
A la hora h de un sábado estábamos allí varias personas solas, entre la guarrería del suelo, esperando que la voz de lata nos dijera si iba a pasar el tren o no. Uno puede cruzar las vías libremente y es raro que no haya más accidentes. No hay sensación de autoridad o control, no hay confianza.
Realmente no se si los trenes de cercanías han perdido su lugar en el mundo, o a base de recortarlos los han dejado morir. Lo que se es que aquello no funciona ni va a mejor. Estuvo bien mientras duró.
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